Los fantasmas, los límites del cuerpo y el espíritu
- Alejandro Gutiérrez Arango
- 8 ene
- 3 Min. de lectura

Tipo: Mitos sobrenaturales
Origen: Indígena
Departamento: Amazonas
Comunidad: Andoque
En una aldea Andoque existía una historia que todos conocían pero que nadie se atrevía a desafiar. Era el cuento del fantasma. Decían que el espectro aparecía a aquellos que se atrevían a desafiar los límites, a deambular por donde la vida y la muerte se rozaban suavemente. Un hombre del pueblo, un conocido visitante de casas, amante de las caminatas bajo la luna, desafiaba constantemente al espectro, burlándose de las advertencias que le lanzaban sus vecinos. "¿Qué fantasma puede asustarme a mí? Si lo veo, lo atraparé y lo traeré conmigo", decía con convicción, sin saber lo que estas palabras abrirían.
Y así, el espectro decidió aparecerse. En una noche silenciosa, cuando el hombre buscaba ceniza para su hogar, el viento cambió de dirección, y allí estaba, el fantasma emergiendo de las sombras. No ocurrió el primer día en que se burló de él, sino al siguiente, como si hubiese seleccionado el momento preciso. El hombre intentó agarrar al espectro, seguro de su fortaleza. Una maraña de ramas sirvió para apresarlo, creyéndose victorioso por un instante. Sin embargo, en su lucha, el fantasma se multiplicó, una cabeza se convertía en dos, dos en cuatro, un ciclo infinito en el que el hombre se dio cuenta de la futilidad de su esfuerzo, burlándose del tiempo y el espacio, jugando con la percepción del mundo.
El cansancio hizo lo suyo, y desfalleció, escuchando cómo el fantasma cantaba, un canto que resonaba desde su pecho hasta su alma. El fantasma lo tocaba y murmuraba sobre su cuerpo, explorándolo como si fuera un mapa, golpeando su pecho al ritmo de un "tutu tutu" que parecía latir con su pulso. Su cuerpo se convirtió en un objeto sobre el cual el fantasma manifestaba palabras, nombrando las partes del hombre con un lenguaje que parecía de otro mundo. Hacía referencia a su cuerpo como a un 'palo multiplicador', transformando el ser en algo esotérico.
El hombre, más allá de la conciencia, veía como el fantasma pedía ayuda a aliados sobrenaturales, un sapo marrón y el Cara-de-mariposa, criaturas que traían consigo herramientas que trozaban y multiplicaban, perpetuando una operación invisiblemente tangible. A lo lejos, Rascazón-de-nalga esperaba su tiempo. Aguardaba el momento justo para intervenir en esta confrontación que sobrepasaba los límites del cuerpo y el espíritu. La confrontación llegó al río, donde el hombre en un rayo de última esperanza se zambulló, ocultándose del acecho de los espectros. Fueron ellos a buscar la luna, creyendo que allí podrían encontrar su escurridizo trofeo.
Él, pescando en la orilla, atrapaba no peces, sino la esencia de lo invisible. Los fantasmas se acercaban, reclamando sus capturas con amenazas de consecuencias. Cansado de su avaricia, lanzó un pez afilado, perforando la misma tela del tiempo y el espacio, gritando a los cielos: "¡Estoy perforado! ¡Rascazón-de-nalga me perforó!", y de esta grieta emergió un nuevo equilibrio. Y así el hombre retornó a la aldea, más sabio y con un silencio en sus ojos. La voz del fantasma quedó resonando en su cabeza, pero su historia se convirtió en un recordatorio de que lo inexplicable estaba íntimamente ligado a la vida.

Historia sobre los límites del cuerpo y el espíritu
Por ahora no tenemos tan clara la historia de este mito, pero a medida que recopilemos más información les estaremos actualizando. El mito refleja la conexión entre el mundo de los vivos y los espíritus, mostrando cómo las creencias en lo sobrenatural influyen en el comportamiento y las normas culturales de la comunidad Andoque. Se asemeja a mitos griegos como el de Orfeo y Eurídice, donde el inframundo y lo sobrenatural juegan un papel crucial.

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